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DUBLIN-MADRID-ZARAGUAZA --- crónica del regreso a Irlanda

Después del trasiego semanal –que todavía no ha acabado-, por fin he encontrado un hueco para resumir brevemente mis vacaciones en Dublín.

Salí de la T1 de Barajas la tarde del sábado 7 de marzo, aunque yo estaba empecinada con que el avión salía desde la T4 y estuve a punto de perder el vuelo –a pesar de que llevaba en Madrid desde la mañana-, conseguí apresuradamente comprar el encargo que me habían hecho los compis desde Dublín, dos botellas de Brugal y un paquete de tabaco de liar Golden Virginia, en la cola de la puerta de embarque meto los enseres en la maleta, guay, me cabe, p’adelante. El tipejo que controla el tamaño de las maletas antes de embarcar me dice que tengo que meter el bolso también en la maleta porque se considera segundo equipaje de mano y sólo se permite uno, será mamón –antes de mí había dejado pasar a tres tías con voluminosos bolsos sin rechistar-, protesto, no me sirve de nada, me aparto de la cola y, como puedo y mientras digo reiteradamente: “me cago en la puta, me cago en la puta...”, consigo meter el bolso a presión. Rompo una cremallera de la maleta. Mierda. Por lo demás, el vuelo sin altercados. Ya en el aeropuerto de Dublín me esperan P. y X. con globos, qué majos. Está lloviendo. Cogemos un taxi y vamos a casa donde nos espera la fiesta de cumpleaños de H., su compañera francesa. Acabamos la fiesta a altas horas con un pedal bastante considerable como compañero de almohada.

Al día siguiente nos toca recoger todo el desaguisado de la fiesta. También llueve –es Dublín-, vamos a comer a un bufete chino y, como cuando estuve en esta ciudad dos años ha me gané –merecidamente- la fama de glotona, considero que no debo desmerecer, y me pongo como el Kiko –que debía ser un tío que se ponía tibio también...-, luego de compras por Pennyes y poco más. Día de entrenamiento.

El lunes 9 nos las dimos de kulturetas y decidimos visitar la National Gallery of Ireland, con la pareja capicúa de amigos españoles formada por E.&E. que, en ese momento, todavía no habían desistido de la aventura irlandesa. Buscamos un Picasso, “Bodegón con mandolina”, que se anunciaba en la guía, pero no dimos con él, pensamos en decir que habíamos venido de España expresamente para admirar la obra del malagueño y montar un cirio en la galería, pero al final nos cortamos. Después fuimos a comer y a divagar un rato sobre temas varios. Intentamos arreglar el mundo, pero cuando salimos a la calle todo seguía igual y la tasa de paro no había descendido ni la escolarización de los pequeños nakeritos había aumentado.

El martes 10 entramos un poquito más en materia, fuimos al Parque Phoenix, uno de los parques más grandes de la Europa urbana, y uno de los más grandes del mundo, con un total de 712 hectáreas, es más grande que Central Park en Nueva York y Hyde Park en Londres. Estaba completamente verde, como todos imaginamos Irlanda. Después del lunch, visitamos el National Museum of Ireland (Museo Nacional de Artes Decorativas e Historia, ubicado en el Cuartel Collins o “Collins Barracks”), que alberga una colección de objetos de plata, cerámica y vidrio, armas, muebles, objetos de la vida cotidiana tradicional, prendas de vestir, joyería, monedas y medallas; además de una exposición itinerante sobre Arte Asiático. Me gustó más la National Gallery del día anterior –soy más de óleos-, pero el museo estuvo entretenido también. Después de la lección de historia, necesitábamos un poco de reanimación, así que nos dirigimos a Bow Street para visitar la Old Jameson Distillery, fundada por John Jameson en 1780. Allí degustamos el whiskey irlandés por excelencia –y eso que a mí el whiskey no me va nada- y aprendimos las etapas para conseguirlo, esto es: almacén del grano, malteado, molienda, maceración, fermentación y destilación; todo el proceso explicativo aderezado con los chascarrillos facilones –y repetidos- de la guía. Pero moló. Para rematar la jornada, y una vez que recogimos a Mr. X. de su curro, nos dirigimos al Distrito 6, a la zona de Rathmines, para cervecear en una típica taberna irlandesa e ir haciendo boca para degustar una buena ración de sushi en Tippenyaki Restaurant, un japonés de culto situado en Castlewood Avenue, donde se puede cenar a la vez que observas el proceso de elaboración de la cena y los camareros hacen malabares con los útiles de cocina. Aquí tampoco dejamos de pimplar, un vinito blanco puso la guinda a la noche.

El miércoles 11 visitamos Malahide (Mullach Íde, en irlandés, El Promontorio de Santa Ira), un pueblito suburbano de 25.000 habitantes ubicado en el Condado de Fingal, a 16 kilómetros al norte de Dublín, en la línea del tren a Belfast. Después de comer y ser atendidas por un camarerito bastante interesante –superficialmente hablando-, visitamos el castillo, vimos de repente un pavo real merodeando por los alrededores del mismo –pero se asustó en cuanto le enfoqué con la cámara- y varias ardillas huidizas. Estaba amaneciendo y el paisaje ante nuestros ojos evocaba recuerdos, memoria y tiempos pretéritos. Me encantó.
El jueves 12 cogí el vuelo para Madrid –aunque por un error logístico, casi me piro a Turín-, donde estuve merodeando, también de okupa –en mí línea- hasta el domingo.
Como acontecimientos destacados allí, y abreviando que es gerundio y ya toca que soy un puto peñazo, el viernes 13 comí con E. en un sitio que ella y yo sabemos cercano a la parada de metro de Mar de Cristal y por la tarde nos fuimos de compras por Hortaleza, me dio un ataque consumista y me compré un par de libros feministas en una librería gay a la que fuimos a caer de casualidad, una edición bilingüe español-inglés de “El Principito”, dos maxi-anillos, dos camisetas misándricas y un reloj. Después de superar la crisis, nos fuimos a la exposición de Weegee (1899-1969) en el Edificio de Telefónica de Gran Vía, un mapa en blanco y negro de la vida neoyorkina de los años 30 y 40, a través de 270 fotografías realizadas por el artista. El mito de Weegee creció gracias a su relación con la policía de Nueva York, de ahí su extraordinaria habilidad para llegar el primero al escenario de la tragedia, fotografiando casi siempre escenas dramáticas, como accidentes automovilísticos o incendios, arrestos o asesinatos de gánsters, aunque también fotos de borrachos, fiestas de personas corrientes o gente del circo.

El sábado 14, y con este día ya acabo, fui a comer con mi hermana al Retiro, el ambiente que hay en ese parque los sábados es increíble, actuaciones, gente tocando los bongos, muchos padres con niños, mucha gente joven, hacía un sol tremendo y yo de vacaciones, tirada en la hierba haciendo fotos a las musarañas y a nuestras caras, qué más se puede pedir. Visitamos el Palacio de Cristal, con la exposición de Josiah McElheny, “Espacio para un universo isla”, una escultura de cinco elementos realizados en aluminio cromado y vidrio soplado, que representaban la noción del “multiverso”, una eterna expansión de universos en perpetua aceleración hasta el infinito. Me gustó la idea. La ciudad estaba llena de vacas, la Cow Parade, yo quería hacerme fotos en todas las que encontrara, pero al final no me salí con la mía, y sólo conseguí un muestrario algo reducido de la exposición itinerante. Por la tarde, fuimos al Prado, donde vimos la expo titulada “Entre Dioses y Hombres”, esculturas romanas del Albertinum de Dresde (sátiros, apolos, afroditas...), que, contrariamente a lo que pensaba, me encantó. Para finalizar, por la noche quedé en Sol con dos amigos para ir a tomar algo a una tetería (rechazando una propuesta de orgía en Malasaña que siguió en pie hasta úlima hora :-P), el taxista que me llevó iba fumado, como él mismo dijo, tenía “una risilla provocada por los efectos del hachís”, “buen rollito, buen rollito...”, se descojonaba, se metió en dirección prohibida, cuando pasamos por San Bernardo dijo que era la calle del Mastín, “jajajaa, buen rollito”. Dios, estaba acojonada, respiré cuando me dejó en Sol. Kilómetro cero.

Y al día siguiente, vuelta a Zaraguaza. Y a la cruel routine.

3 comentarios

Yolanda -

Enci, puntualicemos, "no a la legalización de los porros EN EL TAXI".

100 Montaditos forever.

Enci -

Me mola tu último post. La verdad q ese taxista no se me olvidará en mucho tiempo...estaba fatal. Qué horror, cuando dijo:"Antes lo pasaste mal, eh... que te agarraste al asiento, jaja". Pues sí, no te jode, no quiero morir por culpa de un temerario. NO A LA LEGALIZACIÓN DE LOS PORROS. Y nuestra cena en el 100 Montaditos estuvo guay, nos hicimos pasar por Yolanda, cual quinceañeras. Bueno, guapina, a ver si vuelves pronto. Muas!

david -

cierras el blog? como es eso maria, queremos seguir leyéndote.

salu2