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LA NOCHE QUE INTUÍ MI CONDICIÓN MÁS MASCULINA AL LADO DEL HOMBRE MÁS FEMENINO

La noche que intuí mi condición más masculina al lado del hombre más femenino, había niebla y los semáforos resplandecían con su luz ambar. Yo salía de trabajar a las diez y el hombre más femenino me esperaba en un lugar perdido en su cerebro. Cuando le vi de lejos, el hombre más femenino me sonrió en la distancia, con ojos fatuos. Pero no me abrazó. Al menos, no físicamente. Sin embargo, percibí su tacto cálido en la mirada. Y sentí que mi salud mejoraba. La fiebre que me había acuciado en las últimas horas, cesó. Y los transeúntes en la calle se convirtieron en figurantes de nuestra historia. Figurantes que arrastraban su cuerpo hacia alguna casa, hipotecada. Que arrastraban sus lastres, sus fobias, sus temores, por las aceras.

La noche que intuí mi condición más masculina, llevaba abrigo de cuero, botas altas, el pelo suelto y rímel corrido en las pestañas. El hombre más femenino llevaba manoplas moradas, sangre en sus mejillas y cierto temblor en la barbilla.

Y de pronto recordé que al día siguiente tenía que madrugar -apagar mis tres despertadores-, tenía que trabajar, tenía que ducharme, vestirme, levantar la persiana de mi cuarto y beberme un Nescafé calentado en el microondas de mi cocina con suelo de baldosas verdes. Y le dije adiós al hombre más femenino del mundo. Adiós, hasta luego, volveremos a vernos -quizás en algún lugar de mi cerebro, la próxima vez-, gracias por esta agradable velada, gracias por hospedarme en tu mente -por esta noche-, hace frío en la calle.

Y crucé la avenida con el semáforo en rojo. Y cuando me volví para despedirme del hombre más femenino, éste había desaparecido en la niebla. Entonces me di cuenta de que no tenía su teléfono, sólo un bombón que me regaló para endulzarme el mañana.

(Mañana me lo como, ñam, ñam... el bombón, digo, porque "el hombre más femenino" existe -no sólo en mi cerebro-, pero no me lo quiero comer)